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La Terrible Inocencia


Hablaba poco, por un largo tiempo mis parientes pensaron que era muda. No alcanzaban a comprender que yo habitaba un mundo fascinante donde las palabras sobraban y no necesitaba hacerme externa.

Tenía un cuarto para mí únicamente, lleno de muñecas, juguetes y papeles. La cama y la mesita de noche estaban pintadas de blanco, el colchón era vestido con sábanas rosadas. ¡Si hubieran sabido cuánto detestaba ese color! En cambio, el verde era mi estado de encantamiento.

Apenas comenzaba el año escolar. Todas mostrábamos con orgullo las libretas y útiles nuevos. En el salón de clases, luego de entrar en fila india guardando distancia con los brazos estirados; la maestra, flaca, adusta y desgarbada, empezó la mañana sembrando el terrorismo higiénico:

-              Todos los días antes de las clases, revisaré uñas y orejas. Además, una vez a la semana, de sorpresa, voy a revisar cabezas para ver quién tiene piojos.

Luego de aquella advertencia, la señorita Leonor se apresuró a hablarnos de Jesucristo, un señor muy bueno, de barbas, que repartía panes y pescado. Entonces, muy motivada con el tema, le pregunté a la maestra si sabía quién era Hitler. Enseguida su rostro palideció y yo pensé que era de susto por no saberme responder. Por lo tanto, proseguí diciendo:

-              Hitler nació en un pueblito llamado Braunau, a orillas del río Inn, entre Austria y Baviera. No tenía barba, pero sí un bigote muy gracioso. Tampoco repartía panes…

-              ¡Ya basta Andreína! Gritó la señorita Leonor.

Comprendí que no le había gustado mi intervención, porque además su cara adquirió un tono tan verde que se confundió con el tablero. Y hasta creo que me sentí feliz, porque estaba verde y no rosada.

Al cabo de unos minutos me encontraba frente al escritorio de la Hildegard, muy gorda y asquerosamente rosada.

-              Haber, ¿qué tenemos aquí? ¿Conque una pequeña nazi eh?

Yo no abrí la boca porque temí empeorar la situación. A decir verdad, no volví a participar en clases.

-              ¿Cómo es posible señora Hildergard, que una niña de tan solo siete años sepa de memoria la vida de Hitler? – decía casi ahogándose la señorita Leonor- si apenas sabe leer. Ni siquiera sabe quién fue Jesucristo y ya habla de Hitler. ¡No parece hija de cristianos!

La señora Hildegard le dijo con su castellano enrevesado que dejara tanto alboroto y que más bien se ocupara de tocar la campana, la hora del recreo había llegado. Sin embargo, escuché decirle aparte que citara a mis padres.

Como de costumbre en el recreo, las otras niñas no querían jugar conmigo, así que me dediqué a deambular por los pasillos hasta que me detuve a observar los barrotes a lado y lado de la escalera que llegaba al patio bajo. Y me asaltó la idea de probar si mi cabeza cabría entre esos largueros. Así que metí mi cabeza entre dos de ellos y miré hacia abajo. Allí estaba la niña nueva y se aproximaba, tal vez sorprendida de mi hazaña.

-              ¿No te da miedo?

-              ¿Miedo de qué? Le dije.

-              ¿Qué tal si no puedes sacar la cabeza de ahí?

No había pensado en eso. Creí que si había entrado tendría que salir. Entonces hice el intento y no pude. Me dio mucha vergüenza, por eso no grité ni lloré, sólo me quedé allí con mi cabeza atascada.

-              ¿Cómo te llamas?  Me preguntó la niña nueva y yo le devolví la pregunta:

-              Tonia, me dijo.

Después de media hora estuvimos rodeadas de niñas que me enseñaban sus caries con sus risotadas. Por último, llegó la señora Hildegard para ver a la que tenía su cabeza atorada entre dos barrotes.

-              ¿Tú otra vez? ¡Eres una niña extraña!

Toda esa semana la señorita Leonor insistía en enseñarnos el Padrenuestro. Yo en cambio, trataba de enseñarle a Tonia un rock and roll de un grupo con cierto renombre. Pero la maestra me sorprendió.

-              ¿Cómo te aprendiste esa canción en inglés?

Tuve que explicarle que mi mamá era profesora de un instituto en inglés y tenía libros y casetes en inglés, y que en uno de esos casetes escuché esa canción en inglés, cuya letra en inglés estaba en uno de esos libros y que de todos modos mi inglés no era tan bueno.

La señorita Leonor me cogió la barbilla con su mano derecha y me dijo: - Eres una hereje!

-              No maestra, le dije amigablemente, se dice bilingüe.

Y nuevamente estuve frente al escritorio de la señora Hildegard.

-              Si continúas viniendo a mi oficina tan seguido, me dijo la señora Hildegard sonriente, tendré que cederte el puesto.

La señorita Leonor se apresuró a inundar la atmósfera con sus argumentos de amargada prematura.

-              Verá, señora Hildegard, esta niña no tiene memoria para aprenderse el Padrenuestro, pero canta un rock and roll de los Rolling Stones.

 

-              Señorita Leonor, no me haga perder el tiempo y deje tranquila a esta pobre niña loca.

 

Sí, así me decían. Andreína la loca, y Tonia la tonta. Éramos una pareja fenomenal. Pero Tonia en realidad no era tonta, sólo que hacía las cosas al revés. Tal vez era muy inteligente para nuestra escuela.

Llegó el fin de semana y a mis padres se les ocurrió ir a la playa, lo cual me pareció una buena idea, hasta que incluyeron en el paseo a mis tíos maternos y dos primos que sacaban la lengua todo el tiempo. Tenían la lengua blanca. Y como esos dos niños –primos, además- no querían jugar conmigo, me alejé a buscar vasitos para hacer castillos de arena. Deseaba que Tonia estuviera conmigo, sólo la compañía de ella me era agradable.

Me desvié embelesada en mi pensamiento y empecé a acariciar la idea de fabricar una crema para manos con yema de huevo, savia de árbol, baba de pato (mi abuela tenía patos en su finca) y gotitas de flores licuadas. Sería una crema medicinal que al mismo tiempo serviría para proteger de los rayos del sol que en ese momento me fritaban la primera capa de la epidermis.

La idea me emocionó tanto que caminé mucho más rápido y olvidé recoger los vasitos. Cuando regresó la mente a su sitio miré a mi alrededor y sólo vi gente extraña. Entonces comprendí que estaba perdida. Empecé a devolverme por el mismo camino con paso lento, mirando detenidamente los rostros. Creo que tenía el susto impregnado en la cara, no sabía qué hacer, veía bufones cerca de mí con trajes de cascabeles diciéndome al unísono: ¡Te perdiste, te perdiste!...

Se me ocurrió de repente rezar el Padrenuestro, y lo dije una y otra vez, hasta que a lo lejos pude distinguir a mi madre que corría hacia mí con los brazos abiertos. Así supe que el Padrenuestro funciona. Le conté lo sucedido a Tonia y a ella le pareció divertido. Por lo tanto, se perdió de propósito el siguiente fin de semana. Pero creo que no lo disfrutó mucho, porque llegó a la escuela con las piernas color púrpura.

La señorita Leonor me dejó en paz por un largo tiempo, y se ensañó con Tonia. Sin embargo, ella se mantuvo fuerte ante aquellos que hipócritamente se enredaban con su nombre y la llamaban tonta en vez de Tonia.

Un día contestó acertadamente todas las preguntas de loa señorita Leonor. Al finalizar la clase y cuando todos habíamos salido del aula, Tonia le preguntó:

-              Señorita Leonor, ya no soy tonta, ¿verdad?

-              Tal vez, pero estás muy lejos de ser genio.

Tonia corrió a alcanzarme y me preguntó qué significaba la palabra genio. Y como no supe decirle, fuimos a donde la señora Hildegard y ella le explicó:

-              Un genio es una criatura que habita dentro de una lámpara mágica que se encuentra al fondo del mar y puede conceder cualquier deseo.

-              ¿Cualquiera? Preguntó entusiasmada Tonia.

-              Cualquier deseo.

Luego Tonia me dijo que cuando encontrara al genio de la lámpara le pediría que dejara de ser tonta. Pasaron unos días y llegó aquel lunes rosado, es decir, fatal. Tonia desapareció a la salida de la escuela, pensé que se le había vuelto costumbre desde aquella vez que se perdió adrede. Al día siguiente su silla estaba vacía, la clase aún no comenzaba. Pasados los minutos entró la señorita Leonor envuelta en un llanto culpable y luego la señora Hildegard llegó con un rostro de malas noticias.

Nos enteramos que el día anterior Tonia se adentró en el mar en búsqueda de la lámpara mágica que la libraría de ser tonta, y que fue hallada aún con su uniforme de cuadros azules y blancos pegado a su cuerpecito hinchado, conservando en su rostro yerto un asomo de aquella sonrisa con que se fue la mañana anterior. Sentí rabia y desconsuelo. Mi madre me retiró de esa escuela, porque volví a mi mutismo. Sin embargo, Tonia aún sigue en mí, evitando que me convierta en adulta. Todo el tiempo que pude haber perdido hablando lo gané escribiendo y así mis padres dejaron de preocuparse porque no abría la boca. Creo que de ese modo les hago la vida más placentera.

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2 Comentarios
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  1. Muy interesante, lastima que Tonia si fue una tonta.

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  2. Rosa María. Interesante el blog. Me fascinó "La Terrible inocencia", relata situaciones que se aprecian en la vida real, donde los adultos sin querer y desde nuestras creencias influimos en la vida de los chicos, y estos se ven en la necesidad de recurrir a diversos mecanismos para adaptarse.

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