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El Héroe de Marruecos

 

EL HEROE DE MARRUECOS

- Ahí va ese arrogante, se cree de mejor especie... Hey tú “puercoespín”, ¿sabías que ya viene el invierno?

- Lo sé mejor que nadie, ardilla ignorante.

Estaba muy orgulloso de su especie, porque su mamá le hizo creer que los erizos eran los mamíferos más particulares de la faz de la tierra, por eso detestaba que lo confundieran con los puercoespines, aunque lo hicieran en broma. Era como recordarle que su cara era desagradable, pero él trataba de hallarle cierto encanto poniéndose anteojos de vez en cuando. Medía más de 30 centímetros; sus pelos oscuros o más bien espinas, brillaban como petróleo, tenían el filo de las agujas y se contaban por miles, si es que podían contarse, lo único que estaba al descubierto era su rostro parecido al de un cerdo flaco y narizón, o aún más, al de un oso hormiguero.

Todos murmuraban a escondidas algo acerca del erizo, sin embargo, él lo sabía porque sus oídos alcanzaban cualquier sonido por distante que fuera. Solamente la ardilla tenía el coraje de decirle frente a frente lo que pensaba y era la única persona con la que el erizo hablaba así fuera para discutir. Salía de su madriguera al atardecer cuando el hambre se adueñaba de todo su cuerpo, hasta de sus espinas, y regresaba en la noche para seguir leyendo o simplemente pensando.

Se había convertido en ermitaño no sólo por su aspecto, en realidad temía hacerle daño a los demás desde la vez que una mariposa tropezó con una rama y cayó justo sobre su dorso. Murió después de una larga agonía mientras el erizo intentaba hacer algo por ella, pero sus incontables espinas no le permitían girar la cabeza hacia atrás sin puyarse, así que gritó pidiendo ayuda. Por allí cerca vio a la lechuza, pero ésta no se movió hasta cuando ya la mariposa estuvo muerta.

- ¡La mataste, horrible musaraña!

- Confiesa lechuza, lo cierto es que la dejaste morir para comértela. Anda, arráncala de una vez, pero con cuidado. Y no digas nada de este accidente, después no querrán acercarse a mí.

La lechuza hizo todo lo contrario. Motivada por la envidia que sentía hacia el erizo, por ser él un admirado y muy culto miembro de la sociedad boscosa, propagó la falsa historia del erizo que mató a sangre fría a una inocente mariposa un 28 de diciembre. 

Desde entonces, nadie volvió a hablarle y él se la pasaba encerrado, esperando la víspera del próximo invierno para marcharse definitivamente hacia el desierto. A su llegada a los bosques ibéricos, inspiró mucho respeto a los demás animales, pues hacía largo tiempo que no veían un erizo de su tamaño. Poco a poco fueron enterándose de sus profundos conocimientos, de su destreza para atrapar gusanos, de su poder de reflexión. “Qué feo es”, dijeron a coro los pájaros del bosque cuando lo vieron llegar arrastrando su maletín de viaje.

Una vez, tras los matorrales, el conejo y la ardilla espiaban al erizo. Quedaron estupefactos cuando lo vieron contraerse y arrollarse sobre una serpiente que lo amenazaba.

- Es grandioso, se transformó en una bola de púas, dijo el conejo.

- Ya tenemos quien nos defienda ante esas víboras, dijo la ardilla muy contenta, voy a contarle a todos.

Entonces el erizo se convirtió en héroe para algunos y en enemigo para otros. Todas las tardes alguien lo iba a visitar, casi siempre para pedirle ayuda. Y se fue enredando tanto en los problemas de los demás que ya casi no le quedaba tiempo para sus largas horas de meditación, ni para dormir, porque de repente fueron llegando cada vez más temprano, ocupándole la mañana, que era su verdadero momento de descanso, debido a su tradicional costumbre de leer la noche entera hasta la madrugada. 

El otoño estaba por terminar y así como caían las hojas de los árboles, el erizo sentía caer de cansancio sus espinas. Así que empezó a rechazar decentemente las visitas. Pero la lechuza encontró la ocasión perfecta para indisponerlo con la comunidad del bosque, replicando de un lado a otro: - Ya lo ven, ahora se da el lujo de rehusar nuestra compañía, porque se cree superior a todos nosotros. Mira de soslayo a los búhos como si fuera más sabio. Se considera más astuto que el zorro, más fuerte que el oso, el colmo sería que tuviera algo de hermosura, ¡quien se aguantaría su soberbia!

Después sucedió el incidente de la mariposa y acabó por completo con la popularidad del erizo. Parecía increíble que hubiesen olvidado los favores, los consejos y las explicaciones que él les regaló a quienes se acercaron a su madriguera. Fue mayor la influencia que la lechuza ejercía en los habitantes del bosque con la complicidad de las chismosas urracas. Las espinas del erizo fueron perdiendo brillo y aquel vigor para aprender cosas nuevas se fue desvaneciendo. 

-En realidad no soy tan especial como pensaba -se decía- llevo casi un año sin hablar con nadie, excepto con la ardilla que sólo sabe discutir conmigo. Ya no soporto este frío, me voy mañana mismo.

En ese momento escuchó el sonido de la puerta y al abrir recibió una grata sorpresa, era la ardilla.

- ¡Feliz navidad amigo!

- Ya lo había olvidado, dijo cabizbajo el erizo.

- Lamento que hayamos pasado un año entero peleando, dijo la ardilla, sin embargo, creo que en medio de nuestras discusiones hemos sido buenos amigos, yo nunca creí los comentarios de la lechuza, aunque acertó en que tienes algo de arrogante... (estiró la mano derecha hacia él, donde traía una cajita envuelta con celofán y adornada con margaritas) Mira, te traje un regalito.

El erizo abrió el regalo afanosamente y exclamó:

- ¡Es un reloj!  Ahora podré medir mis horas de lectura, calcular qué tanto aprovecho el tiempo... Gracias ardilla por este regalo tan útil.

- ¿Útil?, a mí me pareció un juguete fantástico. ¿Te fijaste en la ventanita que trae?, allí hay un pajarito de mentiras que te avisará del amanecer.

- Supongo que la ignorancia tiene sus ventajas porque siempre te veo feliz y despreocupada.

- Acabas de insultarme, pero voy a hacer como si no hubiera escuchado. Deberías divertirte más, ¿qué tal si planeamos una fiesta en el bosque?

- No ardilla, mañana me voy de aquí camino al desierto de África.

- Eso está muy lejos, puedes morir en el camino, mejor quédate aquí.

- Me gustaría quedarme. Cuando llegué a España estaba muy ilusionado, pero ahora me doy cuenta que este sitio no es para mí. Tal vez si yo fuera hermoso todos hablarían conmigo y no me faltarían los amigos, pero eso ya no importa.

- Eres un erizo complicado, ¿acaso no recuerdas que una vez fuiste admirado a pesar de tu aspecto?  Si todos te hicieron a un lado fue por otras razones y tu orgullo empeoró las cosas. Yo creo en realidad que debajo de esas púas hay un tipo muy apuesto.

- Lo dices para hacerme sentir bien, mis espinas son un asco y mi rostro es desagradable. Si alguna vez inspiré en la lechuza ese viejo sentimiento de envidia, tan antiguo como la tierra, ahora soy yo quien lo guarda: siento envidia de la belleza de las flores, de la plenitud de los pájaros y de tu propia alegría, ardilla. Después de todo, eres una criatura afortunada, tu piel es suave y rojiza con una cola elegante, todos en el bosque te quieren y los árboles te refugian bien.

- No sólo eres complicado, también eres extremista -le dijo la ardilla-. Llegaste aquí con el ego por las nubes y ahora se encuentra bajo tierra. Conozco un perro sicólogo que te puede ayudar con esos problemas de autoestima, aprendió mucho viviendo con humanos y ahora atiende a sus clientes en un café de Viena, le llegan varios casos de diferentes especies. Una vez me contó la historia de un palomo al que tuvo como paciente a causa de un amor imposible...

“El palomo vivía en un parque de la ciudad, junto con cientos de ellos, cada quien en su palomar con su familia. Pero él vivía solo, así como tú, erizo solitario.

Todas las tardes una joven madre humana llevaba a su niña de 2 años a jugar al parque, era una niña bellísima pero aún más que bella era inteligente y alegre, su nombre era Eugenia. A ella le gustaba correr, y desde que descubrió las palomas las perseguía por todo el parque mientras su madre les arrojaba maíz. Al correr, la niña iba riendo a carcajadas y se detenía asombrada cuando las palomas levantaban el vuelo en bandadas.

El palomo, al igual que sus compañeros de especie, sentía miedo hacia los niños, los consideraba seres peligrosos prestos a agredirlos. Aun así, veía en Eugenia una ternura sin par que lo hacía confiar en ella ciegamente. Siempre dejaba que lo persiguiera y después se le acercaba para picotear junto a sus pies.

Fueron pasando los años y el palomo languidecía de amor por la niña que poco a poco se hacía mujer. Su situación de palomo maduro soltero despertó muchas habladurías en el palomar, así que sus padres lo obligaron a casarse con una palomita muy hogareña. Sin embargo, él nunca pudo olvidar a Eugenia, que desde pequeña iba todas las tardes al parque, pero que ya convertida en adulta no había vuelto a ver.

La palomita resultó además de buena esposa, buena madre y entre los muchos hijos que tuvo con ella, el palomo solía conversar más con el menor. A él le contó su amor secreto y le hizo prometer no contarlo a su madre ni a sus hermanos.

Ya anciano, el palomo volvió a ver a Eugenia, la reconoció por su intenso mirar azul de cielo y lo confirmó cuando escuchó su nombre en los labios de un elegante señor, seguramente su esposo. Ambos cuidaban de una niña que podía tener dos años de edad y que corría persiguiendo palomas como lo hacía en otro tiempo su madre.

El palomo sintió tanta nostalgia y tristeza que en un segundo el corazón se le quebró. El perro sicólogo me dijo que el hijo menor del palomo siempre guardó el secreto y pudo conocer a la pequeña hija de Eugenia, apenas la vio quedó prendado de ella y picoteaba junto a sus pies todas las tardes”.

- ¡Qué historia tan bella! -exclamó el erizo. En verdad me gustaría conocer a ese perro amigo tuyo. Pero te advierto que no necesito tratamiento sicológico. 

- Bueno, volvamos a nuestro asunto. ¿En serio piensas irte al desierto?

- Es una cuestión de honor -afirmó el erizo.

Después de muchos intentos de la ardilla por disuadirlo sin lograrlo, le deseó suerte. El erizo a su vez le agradeció mucho su regalo y, sobre todo, su amistad. Al día siguiente el erizo partió en busca de aventuras que engrandecieran su alma y en procura de más sabiduría para volver triunfante y así recuperar la popularidad perdida.

Tomó un extenso camino rumbo a Marruecos, pero necesitaría atravesar el estrecho de Gibraltar y aún no sabía cómo. Ya en las orillas del Mediterráneo vio unos muchachos ataviados con un sencillo equipo de buceo sosteniendo una bola negra de púas, la metieron con cuidado en un frasco de vidrio transparente y la pusieron en la playa junto a sus morrales, mientras se quitaban las aletas y las escafandras. -Tengo sed, dijo uno de ellos, y de común acuerdo se retiraron en busca de refrescos.

El erizo, lleno de curiosidad, corrió hacia ese frasco cuidándose de no tropezar a nadie ni llamar la atención. Quedó sorprendido cuando advirtió que se trataba de un erizo de mar, el cual gritaba sin parar:  

- Sácame de aquí, si no me arrojas al agua moriré.

- ¡Santo Dios - exclamó el erizo- no tienes cara! 

-Claro que la tengo, cabeza de puerco, o por dónde crees que estoy hablándote, acaso por...

- Cuidado con decir alguna grosería, recuerda que hay niños leyendo este cuento.

- Bueno, no perdamos más tiempo, lánzame al agua. Y deja ya esa risita, acaso no habías visto a ninguno de tus parientes del mar.

- No, mamá sólo me había dicho que eran pequeños. 

El erizo pensó por un momento que no podría llegar a la costa de Marruecos nadando como su pariente, el erizo de mar. Así que le propuso llevarlo de regreso a las profundidades haciendo uso de uno de los equipos de buceo que dejaron los muchachos en la playa, a cambio de su ayuda para llegar hasta el otro lado.

Y así fue, todos los erizos de mar ayudaron a empujarlo hasta las orillas y ninguno se maltrató, porque estaban entre espinas familiares.

Ya en Marruecos se dio a la tarea de buscar una madriguera apropiada para pasar la noche. Con un nuevo aire de fortaleza y valor siguió su camino, faltaba poco cuando de repente sintió unas terribles ganas de devolverse, era una corazonada. Pero como él era un erizo racional, no podía darse el lujo de creer en esas cosas, sobre todo estando tan cerca de culminar su trayecto. Con cariño recordó a la ardilla y empezó a imaginar qué sería lo más apropiado para regalarle a su regreso.

Llegó la noche y no encontró refugio alguno, salvo la maleza tupida en medio de la nada.  Fue una noche angustiosa poblada de oscuridad y de silencio, al principio sentía ardor en todo el cuerpo y no sabía por qué. Una picazón insoportable y luego la sensación de corrientes que iban y venían de la cabeza a las patas. Corrió a revolcarse en la arena y con la luz de la luna pudo ver cuál era su mal, aunque ya lo presentía. Era lo único contra lo cual no podía luchar, su peor amenaza, el único enemigo que podía atacarlo sin resultar lastimado: hormigas. Robustas, venenosas, hambrientas. Hormigas que lentamente le quitaron aquello que tanto había organizado y dosificado: su vida.

Al amanecer, un ave desconocida que pasaba por allí se detuvo a ver de cerca al erizo ya moribundo y éste le dijo:

- Tengo una amiga ardilla en los bosques de España, que me regaló un simpático reloj. Está en el maletín, tómalo y llévaselo con un poco de arena, para que así crea que sí llegué a mi destino y cuéntale que he muerto en feroz enfrentamiento con una bestia del desierto, dile que he muerto como un héroe.

El ave no identificada cumplió con su misión y todos en el bosque prepararon un gran homenaje al erizo. La ardilla emprendió la búsqueda de los familiares de su amigo y se los llevó a vivir al bosque donde fueron tratados con respeto y admiración.


FIN

Por:   Rosa María Herrera Bossio.

Año, 2000


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