Por: Rosa María Herrera Bossio
Eso de ir a misa no es lo tuyo, por eso niegas ser católico, aunque tu vida transcurre entre hábitos casi religiosos, y bueno, para muchos el oficio de enseñar es un apostolado.
Escuchaste
desde muy niño, por boca de tu abuela, sobre la buena suerte que trae pisar o
recibir encima del cuerpo el excremento de un ave, mejor aún si es de una paloma.
Sentir esa cálida brizna espesa sobre ti, se había vuelto una costumbre del
destino. Te han cagado tanto los pájaros que ya te tomaste en serio la
superstición y te animaste a comprar todas las loterías que existen sin ganar ni
una.
Lo
de ayer en realidad fue el colmo. Una lluvia de excremento de paloma cayó única
y exclusivamente sobre tu viejo carro, dejándolo de un aspecto irreconocible,
casi como si lo hubieras pintado de nuevo de un color entre grisáceo y verdoso,
con textura incluida. Algo que solo podía solucionarse en el lavadero de autos.
Por eso no has dejado de pensar en lo raro de esta situación y de cuestionarte
¿qué se traen estas aves contigo? Aunque suene estúpido.
Mientras
los alumnos adolescentes responden un largo cuestionario, adelantas otras
tareas con el enorme fastidio con el que asumes tus días despoblados de amor,
de dinero y de motivación. Sabes que a los cuarenta años ya no estás para creer
en agüeros, pero en lo profundo de tu alma estás anhelando ese toque de suerte
que cambiará tu vida de tajo. Que te librará de las deudas, de la escasez y de
la soledad.
-
¿Alguno de ustedes sabe de dónde proviene la creencia del buen augurio que trae
ser objeto de las heces fecales de una paloma?
(¡Ay,
Hernán! Vas a desahogar con tus estudiantes esa inquietud que vienes
arrastrando desde hace tantos días…)
-
Que va profe, eso más bien es mala suerte. Que uno venga caminando en medio de
mucha gente y justo lo cague un pájaro en la cabeza, ¡mucha sal!
-
Oye, el profesor no dijo pájaro sino paloma.
-
Es la misma vaina.
-
Les hice una pregunta muchachos. Como veo que no saben la respuesta, se las
dejaré de tarea.
No,
no, no, vas a hacer el ridículo. Mejor deja el tema ahí, en un comentario de la
clase de sociales. No conviertas esto en tu nueva obsesión, ya ves por qué las
mujeres no se quedan contigo por mucho tiempo.
-Profe,
¿pero qué culpa tenemos de la diarrea de las palomas sobre su carro? De seguro
el celador en vez de maíz les dio laxante.
No
puedes evitar las carcajadas de tus alumnos, hasta tú mismo te esfuerzas en
contener la risa. Después de un largo silencio te animas a contarles por qué el
cristianismo asociaba el espíritu santo con las palomas y toda la simbología
alrededor de ellas, desde Noé hasta Jesús, con su bautismo en el Jordán y el
espíritu santo posándose en forma de paloma sobre las cabezas de los apóstoles.
Y eso que no mencionaste la elección del Papa Fabián, laico como tú, humilde campesino
ubicado en el lugar y en el momento justo de la deliberación para escoger al
Sumo Pontífice, y que gracias a la gracia de una paloma, termina convertido en el
vigésimo Papa de la Iglesia Católica.
Los
has dejado ahora con un nuevo tema de conversación para el recreo, sientes que
esta vez la clase estuvo amena y de repente te reconciliaste con tu profesión,
pero no por mucho tiempo. Antes de que salgan en estampida, les entregas a
todos una circular para los padres, informando sobre la próxima excursión.
Terminas
tu horario laboral con la garganta seca, te preguntas si estás cumpliendo con
los dos litros de agua reglamentarios y si en realidad eso funciona para
adelgazar, porque estás un poco pasado de peso. Te miras en el espejo del baño
y no te ves nada mal para tu edad. Sigues siendo atractivo, incluso te toca ser
lo bastante serio y cortante con las chicas de la escuela para evitar coqueteos.
Y estás bendecido desde el nacimiento con una buena salud, de lo único que has enfermado
es de gripe. En tu época escolar, cuando arreciaban las epidemias de varicela,
paperas o sarampión, te tocaba ver cómo tus compañeros faltaban a clases por
enfermedad cayendo uno a uno como fichas de dominó, y tú siempre incólume con
el mejor récord de asistencia, hasta el día que decidiste experimentar eso de
estar en cama, incapacitado, y te metiste entre las cobijas de tu hermano mayor,
ardiendo en fiebre y cubierto por las ronchas de la varicela.
Aquel
intento solo sirvió para que te diera una rasquiña incipiente que calmaste
fácilmente con alcanfor y no alcanzó a llamarse varicela, a lo sumo una alergia
en la piel. No has sido afortunado en el amor ni te sobra el dinero, tu
verdadera fortuna ha sido tu sistema inmunológico, casi invencible. Sin
embargo, con gusto habrías cedido un poco de tu buena salud por la suerte de tu
hermano, con una bella esposa y tres hijos, un negocio próspero, y pocas ganas
de visitarte o de hablarte por teléfono. Solamente los chat en el computador o
en el móvil, de tanto en tanto. El prometió pagarte los pasajes a Estados
Unidos, pero tu orgullo fue más fuerte que la necesidad, le dijiste que irás en
las próximas vacaciones y eso fue hace mucho tiempo. La última vez que los
viste, a la única familia que te queda, fue en el sepelio de tu madre, siete
años atrás. No te dejas ayudar y prefieres dejarlo a la suerte, al azar, a las
palomas.
Realmente
tu familia son tus alumnos, pero en verdad no los conoces. Crees identificarte
con Sarita, la jovencita más juiciosa y disciplinada de la clase, de 15 años, con
grandes ojos color café tan llenos de brillo y de pestañas, que podía
devolverte la fe en la educación pública.
En
la víspera de la excursión dejaste de comprar loterías porque volviste a ser el
mismo incrédulo y pesimista de siempre, pero con una nueva preocupación. Sabías
que salir de paseo con 32 estudiantes era una responsabilidad muy grande aunque
estuviese compartida con otros dos colegas: la profesora de ciencias y el de
educación física.
La
profesora Nubia te había gustado desde el primer momento en que la viste,
parecía una mujer seria y recatada, pero no despertaste en ella el menor asomo
de interés, aunque creías que las ciencias naturales y las ciencias sociales
podían ser un buen complemento.
Te
ganaron los músculos y la estatura del profesor de educación física, que ahora
se ha alejado con ella de la playa y te han dejado solo con los estudiantes,
frente a la inmensidad del mar. ¿A dónde habrán ido? Te preguntas, y piensas
con rabia que son un par de irresponsables libidinosos que se comportan como
unos adolescentes, más que aquellos a quienes tienes a cargo. Pero luego
recuerdas que tal vez están solucionando lo del almuerzo, entonces te relajas y
decides entrar al mar, ante el llamado de Sarita, con su vestido de baño rojo y
unas curvas inusitadas que jamás hubieses adivinado bajo ese uniforme de jumper
a cuadros.
Pretendes
darte una breve licencia de entretenimiento mientras dejas tus malas rachas en
la sal del mar, otra superstición aprendida de tu abuela. Les gritas a los
muchachos que no se alejen tanto de la orilla y luego te relajas, cierras los
ojos y rezas un padrenuestro sonriendo plácidamente, porque el mar te vuelve
espiritual. Y así, mirando hacia el ancho cielo despejado ves una manada de
gaviotas volar formando una V, y sientes algo espeso caer sobre tu rostro
mojado. Te han bendecido con sus heces y ahora se alejan emitiendo ese sonido
que tomas por burla.
¡Malditas
aves mormonas! Has dicho mientras te limpias con agua marina la mierda de
gaviota en la cara. No se están riendo de ti Hernán, las aves no hacen eso,
aunque pareciera, son tus alumnos los que se ríen, especialmente ese chico
Jorge, tan insoportable, que está justo detrás de ti.
-Profe
¿la caca de gaviota también es de buena suerte o es solo la de la paloma?
La
pregunta de Jorge acompañada de esa risita antipática te ha cambiado el humor.
De un grito los mandaste a todos a salir del agua. ¡Pronto, pronto, que allá
está la profesora Nubia haciendo señas!
Y
buscas con tu mirada el vestido de baño rojo que ha desaparecido de tu vista, miras
de un lado a otro y nada de Sarita. Vuelves a entrar al mar con el pecho
oprimido, con la angustia de quien sabe que algo malo ha sucedido. Y en efecto,
así es. Los gritos delatan su ubicación, pero no puede en realidad gritar
porque el agua acaba de taparla. Los
jóvenes desde la orilla gritaban también, algunos corrían buscando un
salvavidas. El profesor de educación física dejó de organizar el almuerzo con
Nubia y corrió hacia donde estaba el barullo.
No
había un fuerte oleaje, pudo haber sido algún hueco en el suelo que cambió de
repente la hondura o un remolino que tomó por sorpresa a Sarita. En todo caso
estabas ahí en cuestión de segundos, a centímetros de ella, viendo como luchaba
por mantenerse a flote mientras tragaba cada vez más agua. La agarraste del brazo y la sentiste
deslizarse, así que sacaste fuerzas para sostenerla. Está a punto de hundirte, creíste
haber perdido la batalla y como último recurso la tomas de su largo cabello y nadas
desesperado hacia la orilla. Está tragando agua, puede ahogarse y te das cuenta
de ello. Entonces pasas tu brazo por arriba de sus senos y tratas de mantenerla
a flote, tus fuerzas empiezan a mermar cuando ves acercarse al profe de
educación física, para terminar la labor de salvamento.
Todo
sucedió muy rápido, así como rápido terminó la excursión. A todos se les quitó
el hambre; luego de estabilizar a Sarita, no pensaban en otra cosa que en
regresar.
Ahora
eres el héroe del día Hernán, aún no lo percibes así porque no has salido de tu
espasmo. En el bus te has sentado junto a ella, tu alumna favorita, la que estuviste
a punto de perder. Ya no importa si te vuelven a defecar las palomas, si la
superstición es cierta o falsa, si te ganas la lotería. Tu existencia, la que
consideras anodina, por fin ha valido la pena. Lo piensas así, pero te aseguro
que siempre ha valido la pena, y de ahora en adelante se dobla la apuesta.
FIN
2021


